ENSAYO. La llamada información que tiene su origen en el agresor ruso es propaganda. Los repetidores son personas, periodistas militantes, sociólogos que buscan argumentos como decir: “EE. UU. ha invadido cientos de veces en su historia”. Pero la realidad es que cada vez que los EE. UU. invadieron algún país hubo condenas y manifestaciones en países como Suecia, escribe Carlos-Decker Molina en esta ensayo.
Esto es un texto de opinión.
En 2018 leí un cuento llamado Pura imaginación, el texto fue un guiño al libro 1984 de Orwell. Lo leí en un escenario maravilloso, trabajadores de la cultura, poetas y escritores latinoamericanos en una ciudad sueca. Era el Festival de Literatura y poesía latinoamericana del suburbio Angered en la ciudad Sueca Gotemburgo.
Hoy, después de haber leído algunos de los discursos de Putin, comentarios a mis escritos en mi muro y declaraciones de periodistas y escritores rusos sobre el lenguaje del presidente Putin y de sus seguidores, vino a mi memoria mi lectura en 2018:
«En el fondo de tu corazón prefieres el viejo idioma», le dijo el burócrata al poeta.
El poeta siguió comiendo, pero quedó algo preocupado por la afirmación, en el fondo era una acusación.
No dijo nada, no se fiaba de nadie y menos del burócrata que es el implementador de la nueva lengua que había borrado de un plumazo las metáforas, las imágenes y los adjetivos.
El poeta era un maestro no sólo en su lengua materna sino en la del burócrata.
Hoy guarda silencio, es decir ya no es poeta, pero aún recuerda una de sus sentencias:
La mentira es el hábito de descansar cuando el camino para encontrar la verdad es demasiado largo.
Según el burócrata, el nuevo idioma del estado carece de adjetivos; el único color reconocido como adjetivo era el del cielo, porque el azul puede ser celeste y el rojo ser colorado o punzó. “Esas variaciones pasan a ser semiverdades” o “semimentiras” de acuerdo a quién las diga.
“Para evitar malas interpretaciones el idioma vigente es el del supremo”
En 2018 el presidente de los EE. UU. era un mentiroso compulsivo, tenía su “verdad alternativa”. Aparecieron otros presidentes de menor categoría, que impusieron un lenguaje alternativo, probablemente ellos me inspiraron para escribir aquel texto.
Han pasado solo cuatro años y tenemos una guerra, en mi caso, frente a la puerta de mi hogar. Entonces surge el afán de explicarla. Hay dos puntos de vista, el de Ucrania y el de Rusia; probablemente hay un tercer punto de vista que es el de Europa, incluso un cuarto que es el EE. UU.
¿Esos puntos de vista serán verdades?
Primero definamos lo que es verdad. El mundo exterior es un complejo de sensaciones decían los idealistas. Es decirla importante es la fidelidad a una idea.
Los materialistas, por su parte dicen: “La verdad científica que refleja fielmente la realidad y que es verificada por la práctica, es una verdad objetiva”.
Al negar la verdad objetiva, los idealistas, luchaban contra la ciencia y defendían el fideísmo y la religión. Así la “verdad” se convierte en la fidelidad a una idea. El ejemplo más cercano es la religión.
¿Cuál es la verdad de lo que pasa en Ucrania?
Fuera de los dos países contendientes surge un interés por acercarse a la verdad. Conviene hacerlo porque la guerra localizada se podría expandir o, en el mejor de los casos terminar. Entonces y pasado un tiempo la historia se hará cargo de contarla.
Lo que hacemos hoy es contar lo que está pasando de la manera más objetiva posible, es decir “un reflejo de la realidad que se puede verificar”.
¿Qué hacer entonces?
Aprovechar las libertades de investigación, de expresión y de prensa. Hay corresponsales de guerra que cubren para diferentes medios, una mayoría europeos. Hay material fotográfico y de satélites al alcance de los medios interesados. Lo que no hay son corresponsales en el lado ruso.
Nadie sabe lo que pasa, nadie sabe cuántas son las bajas, nadie sabe si avanzan o retroceden, no hay información sobre bombas ucranianas caídas en territorio ruso o controlado por los rusos.
Hacer un esfuerzo para explicarse por qué la actitud de uno y del otro. Lo que no siempre implica buscar justificativos para aprobar la guerra, porque la premisa principal es la libre determinación de los pueblos y la paz. Es decir, frente a la guerra, nadie puede ser neutral, por lo menos yo no lo soy.
Los antecedentes históricos que explican las actitudes políticas y militares de Rusia son una explicación, que no significa justificar la invasión porque es una violación al derecho internacional y, para los que creen que el derecho internacional es “prooccidental”, la invasión es también la actitud del vecino matón que agarra a trompadas al vecino que quiere vivir a su manera.
La ampliación de la OTAN hacia el Este es una explicación, pero no es una justificación que aprueba la invasión así sea “en defensa de los derechos humanos”.
Como el invasor tiene un proyecto, que implica no solo su seguridad sino la defensa de sus valores morales y religiosos y que se oponen al liberalismo de occidente calificado públicamente de decadente, se ve obligado a crear su propio lenguaje y reclama la “fidelidad a una idea” (idealismo) por eso no permite la prensa libre u opositora que contradiga la “idea” del Supremo.
La llamada información que tiene su origen en el agresor (Rusia) es propaganda porque no informa, no critica, no cuestiona la “idea”. Lo importante de esa estrategia es conseguir repetidores en todas las latitudes posibles.
Los repetidores son personas, periodistas militantes, sociólogos que buscan argumentos como decir: “Si Rusia habría puesto armas en México, EE. UU. habría invadido” o “EE. UU. ha invadido cientos de veces en su historia”.
Cada vez que los EE. UU. invadieron algún país hubo condenas y manifestaciones. La manifestación más importante contra la guerra de Irak tuvo carácter global. Suecia, Francia, Bélgica, igual que China y Rusia se opusieron a la invasión, la condenaron y no participaron.
La justificación de los repetidores del lenguaje del Supremo es como decir “si mi vecino viola a su hija, yo tengo derecho a violar a la mía”.
El inventor de nuevo lenguaje
Orwell tiene un ensayo sobre la relación entre lenguaje, pensamiento y política. ¿Qué es un trotskista? Se preguntaba Orwell y continuaba: “Es una palabra terrible – en la España de la guerra civil – Pueden encarcelarte y dejarte ahí encerrado indefinidamente, sin juicio, si corre el simple rumor de que eres un trotskista”.
Líneas más abajo Orwell sigue: “El termino trotskista se usa por lo general para referirse a un fascista camuflado que se hace pasar por ultrarrevolucionario con el fin de dividir a las fuerzas de izquierda. De hecho, significa tres cosas distintas. Puede referirse a alguien que, como Trotski, desea la revolución mundial, o a un miembro de la propia organización encabezada por Trotski (el único uso legítimo del término), o al fascista camuflado que mencionábamos antes. Los tres significados pueden sobreponerse el uno sobre el otro a voluntad”.
Hoy para el discurso de Putin y de sus repetidores, todos los ucranianos son fascistas. Seguro que hay fascistas, los hay en Suecia y también en Argentina o en España o Bolivia.
El gobierno de Zelensky fue elegido por el 70 porciento de los ucranianos, en una contienda electoral lo más cercana a las democracias desarrolladas, además el presidente es hijo de judíos muertos en el holocausto, la mayoría de sus partidarios y los que están junto a él en el gobierno son jóvenes muy cercanos al liberalismo. Los seguidores de Bandera, el líder fascista de los 30, tienen un peso relativo, igual que el partido comunista que no pasan del 7% del electorado.
En este renglón dirá alguno, “los judíos matan palestinos por consiguiente son fascistas”, para descalificar a Zelenski. Pienso que todas las generalizaciones son peligrosas. Y, Putin sabe de la peligrosidad de la generalización por eso la usa, “vamos a desnazificar Ucrania”, como una de las razones de la invasión.
Kira Rusik, profesor de filosofía que ha estudiado a Orwell afirma que Putin distorsiona el lenguaje para ganar y retener el poder político. Si se limita el lenguaje se limita el pensamiento, dice la teoría.
La Duma (parlamento) de Rusia aprobó con la firma de Putin una ley que sanciona como delito penal el uso de la palabra “guerra” para describir lo que ocurre en Ucrania.
Muchos lectores de mis textos y algunos en el café de la esquina me dijeron cuando comencé a escribir sobre los aprestos bélicos:
“Putin no quiere la guerra, quiere la paz. Los que quieren la guerra son los de la OTAN”. “Las tropas están en la frontera, no van a ingresar en Ucrania”.
Putin usó el doble discurso. Dijo:
“Después de las maniobras militares conjuntas con Bielorrusia, nuestras tropas se volverán a casa”.
Lo mismo dijo sobre las tropas rusas que estaban en Donetsk y Luhansk, “nos pidieron ayuda”. Sostuvo incluso que el grueso de las tropas se volvía a Rusia.
Dos días más tarde estaban bombardeando Ucrania. Así comenzó la invasión, con la denominación cambiada. “No es invasión, no es guerra, es una operación militar especial”.
Kira Rudik filósofo ucraniano señala como ejemplos del doble discurso orwelliano de Putin: “Cuando dice quiero la paz, en realidad quiere decir, estoy reuniendo mis tropas para invadirte”. Si dice “No son mis tropas – las de Donetsk y Luhansk – quiere decir “son mis tropas y las estoy reuniendo para invadir”.
Un ejemplo reciente:
Es trágico escuchar a una mujer en Ucrania hablar por teléfono con su madre en Rusia.
– Mamá nos están matando, bombardean las ciudades, los edificios. Hay muchos muertos
– No hijita… las tropas de Rusia están para garantizar tu seguridad. Han ido a pacificar y a desnazificar.
– Yo no soy nazi y las bombas caen a mi techo.
– No escuchó a las bombas.
– Te estoy llamando del sótano donde nos estamos resguardando.
– La tele dice que son los ucranianos los que bombardean para que culpen a Rusia.
La hija no ha vuelto a llamar a la madre. Esa grabación no se ha hecho viral porque creen que es parte de la propaganda de guerra. Puede ser, pero es un buen ejemplo de la desinformación en Rusia.
Antes de la guerra se sostenía que sólo el 20% de la población rusa cree en los medios de prensa. “Son sobre todo los viejos que estuvieron acostumbrados a no tener información que no sea la del estado”.
En este siglo se ha hecho difícil dialogar. Nadie quiere entender que Putin por muy KGB que haya sido, no es ningún bolchevique. Es un imperialista que quiere restablecer el Gran Imperio Ruso porque sus ideólogos como Alexander Dugin e Ivan Iijin consideran a Rusia como el faro de moralidad, la decencia y la cristiandad.
Marx saludaría si se enterase que los portuarios de Suecia y de otros países no han esperado ninguna resolución de la UE y tampoco de los parlamentos de sus países para boicotear a los barcos rusos. “Proletarios del mundo uníos”, los portuarios (quizá la expresión más fidedigna del proletariado en este siglo) se han unido en contra de Rusia, por invasor y por guerrerista.
Tampoco se puede dialogar con el otro lado que apoyan la suspensión de conciertos o exposiciones pictóricas o deportivas.
Hay que saber distinguir entre Putin, los putinistas y los rusos de a pie.
Las medidas represivas, algunas por iniciativa de burócratas y empleados, contra rusólogos, sovietólogos, literatos, cantantes y deportistas rusos. Es provocar la unidad en torno al Supremo.
Hoy decidí comprar dos libros que ya los había leído: Los hermanos Karamazov de Fyodor Dostoyevski y la Guerra y la Paz de Tolstoi y estoy escribiendo este texto con el fondo musical del Lago de los Cisnes de Tchaikovski. Prometo desayunar escuchando el Vals Nro. 2 de Dmitri Shostakovich.
Una Rusia democrática con su extraordinaria cultura, literatura, música, arte, cocina, deportes y paisaje, podría haber sido mejor imán para atraer a Ucrania, Georgia y Bielorrusia a su zona de influencia geopolítica, en cambio Putin les ofrece una dictadura, con doble lenguaje donde libertad quiere decir obediencia.
El último ejemplo del doble lenguaje, un cable de una agencia de prensa
“15 de abril 1961 – Se han iniciado operaciones aéreas en cielos de Cuba, La escuadrilla de bombarderos B-26 repintados bombardearon los objetivos previstos. Comenzó la invasión de la playa Girón”.
En este tiempo vivía en Oruro (Bolivia) y tenía 21 años, el 16 de abril fui uno de los manifestantes que protestó por la invasión a Cuba. La isla tenía derecho a su libre determinación.
Hoy después de 61 años no puedo aplaudir una invasión por muy rusa que sea, a pesar de mis amigos rusos, a pesar de ser un país que cuando lo visito me acoge con amistad.
Carlos Decker-Molina
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