El miedo y sus consecuencias


El miedo de lo desconocido. Nevado de Toluca volcano, Mexico. Foto: Shutterstock.

El miedo es la reacción que se produce ante un peligro inminente. El miedo es también un arma de los políticos, el miedo paraliza, el miedo convierte al progresista en reaccionario, al liberal en autoritario. El miedo vota por la derecha, escribe Carlos Decker-Molina en este ensayo.

El miedo es la reacción que se produce ante un peligro inminente. Una araña, una rata o una enfermedad conocida o desconocida pueden producir miedo. Una variedad de estímulos lo genera, se puede manifestar a través del recelo, la desconfianza que luego se transforman en miedo, no siempre en ese orden.

El miedo puede también surgir por aprendizaje, es decir por un estímulo condicionado. Hay un ejemplo clásico, el experimento de B.F. Skinner padre del conductismo radical. Suele aplicarse para obligar un cambio de comportamiento. 

El niño Albert de dos años no tenía miedo a nada. Skinner le acercaba una rata blanca y al no causarle ninguna reacción emocional, simplemente jugaba con ella. Entonces para provocar miedo en el niño, cada vez que aparecía la rata provocaba un ruido intenso (estímulo incondicionado). A medida que se repetía el ruido y hacía su aparición la rata, el niño comenzaba a llorar y a experimentar temor luego miedo, después de la prueba de Skinner el niño generalizó su miedo a todas las cosas de color blanco porque la rata era de ese color. Es un experimento que se utiliza en psicología clínica para superar las fobias.

Hay mucha lectura sobre el tema, peor el interés de este trabajo es observar las consecuencias del miedo. 

Si el miedo es útil a la hora de escapar de peligros potenciales o reales, también “nos paraliza, nos bloquea emocionalmente y nos dificulta disfrutar en muchas ocasiones de los pequeños o grandes placeres de la vida”.

Lakoff escribe sobre el miedo y sus políticos, “el miedo tiene poder para cambiar el mundo”. Por su parte Zygmunt Bauman habla sobre el “miedo líquido” difuso que aconseja esconderse sin un plan de respuesta claro porque las amenazas no son nítidas. Incluso Eduardo Galeano escribió sobre el miedo: “Los que tienen trabajo tienen miedo a perderlo … miedo a lo que fue y a lo que puede ser…”

El terrorismo, el islamita entre ellos, tiene el objeto de producir miedo paralizante, por eso la protesta en contra de la violencia terrorista, es importante.

El miedo es también un arma de los políticos, existen dos subtipos, el interno y el externo que se construyen con el fin de mantener a la sociedad unida frente al mal o el peligro que se presenta como armas del enemigo interno o externo. El miedo político se ha refinado y hoy es algo así como “salvar el yo”, por eso se suele votar por el llamado “mal menor” habida cuenta de la debilitación de las grandes ideologías y la desaparición de los partidos formados por razones ideológicas, programáticas o por intereses de clase. 

El terrorismo, el islamita entre ellos, tiene el objeto de producir miedo paralizante, por eso la protesta en contra de la violencia terrorista, es importante.

Ese miedo líquido, ese “salvar el yo” se acrecienta cuando se trata de la vida, es decir cuando un virus ataca silencioso e invisible y, el presidente o el primer ministro o el encargado de la salud pública comienza a recortar algunas de las libertades más preciadas como la movilidad.

El mundo ha padecido plagas y pandemias, pero, la actual la COVID-19 es un fenómeno global que ataca a un planeta con grandes recursos científicos, técnicos y con un entrelazamiento no solo económico y financiero sino humano. Nunca en la historia de la humanidad se ha viajado tanto. Vacaciones, trabajo en el exterior con contratos o sin ellos. Migraciones masivas por muchas razones incluidas las de cambio climático. 

La pandemia produce miedo que pareciera ser menos trascendente por la aparición de la vacuna, incluso se pasa por alto la carrera nacionalista de “mi vacuna es mejor que la tuya” porque es una forma de salvar la vida, pero, la segunda ola y una posible tercera con nuevos linajes del virus, mutaciones y cepas nuevas, reproducen y acrecienta el miedo.

Se comienza de mutuo propio a exigir medias políticas más radicales. Cuarentenas, cierres de fuentes de trabajo, controles individualizados de locomoción, uso obligatorio del barbijo, aceptación de controles digitales, controles digitales personalizados o no, límites concretos de movilidad, etc.

No todos los sistemas políticos son democráticos que necesitan ponerse de acuerdo con sus oposiciones para legislar leyes de excepción que no tendrían que eternizarse porque son transgresiones temporales al espíritu y cuerpo de las diferentes constituciones, pero el miedo de la población no se atempera, sigue ahí oculto en los pliegues cerebrales de todos incluidos en el cerebro cultos, intelectuales y políticos Entre estos últimos hay liberales acérrimos que piden, exigen medidas más drásticas para combatir la pandemia.

Por eso no creo que la sociedad se vuelva más tolerante, más sensible, más solidaria, más humana. El miedo paraliza, el miedo convierte al progresista en reaccionario, al liberal en autoritario. El miedo vota por la derecha.

El autoritario crece y se yergue, se siente irremplazable y se convierte en dictador con soluciones que hay que obedecer para salvar la vida.

¿Exagero? Posiblemente, pues, mi intención es alertar para que no gane el miedo la partida política, porque el miedo puede dar carta blanca al autoritarismo, a la dictadura, al fascismo y al populismo, lo que a la larga también mata en el paredón porque no aceptan ideas que sean disímiles.

Jerarquías y sus miedos
El miedo a perder las jerarquías y privilegios ganados gracias a la desigualdad social y económica es la espoleta de muchos conflictos políticos. Unos no quieren perder sus privilegios políticos que, a su turno, les dio jerarquías económicas y consiguientemente sociales (muy frecuente en América latina). Otros pelean por no perder sus jerarquías ganadas históricamente como herencia colonial.  

El caso del asalto al Capitolio es un ejemplo de ese miedo colectivo a seguir perdiendo privilegios. Trump hizo del miedo su política, indujo el temor a perder las jerarquías ganadas por los WASP es decir White (blanco) Anglo-Saxon (anglosajón) Protestan (protestante) como efecto de la herencia colonial inglesa.

La sociedad global ha cambiado o está en proceso de cambio entre otros de fisonomía y los EE. UU. no son ninguna excepción tampoco Suecia y no menos América latina. Han aparecido otros actores con otros rostros. 

El grito de guerra de Trump Make America Great Again (Haz EE. UU. grande otra vez), intenta retornar a las glorias estadounidenses cuando los amos de la Unión eran los WASP, es decir unos EE. UU. de blancos, heterosexuales y machos.   

El caso inverso de produjo en Bolivia en 2005 cuando fue elegido Evo Morales como presidente. La presencia en el gobierno de indígenas, cholos e indomestizos implicó un cambio de élite. 

La élite que perdió las elecciones perdió sus privilegios que los recuperó temporalmente en 2020 para volverlos a perder el 2021. Todo ese proceso dejó una enseñanza y es la posibilidad de unir a los contrarios por lo menos a través de las clases medias que se han robustecido en diferentes periodos, una tarea pendiente de los políticos nuevos que antes que repetir los errores hegemonistas con una democracia solo para las mayorías o solo para las minorías, debe implementar un pragmatismo integrador, pero para llegar a ese punto de encuentro deben tirar al basurero de la historia el miedo mutuo.

A pesar de la caída del paradigma comunista, los oprimidos no desaparecieron, al contrario, se sumaron y multiplicaron, porque el comunismo también tuvo sus jerarquías, el burócrata del partido sobre el obrero de la fábrica, el militante sobre el no-militante y los heterosexuales (machos eran los guerrilleros incluidas las mujeres) sobre los homosexuales. 

La ausencia de la contradicción entre comunismo y capitalismo y la incorporación del chip en los modos de producción desestructuraron la vieja sociedad industrial que generó la aparición de otros oprimidos que estaban ocultos en las sombras de la bipolaridad. Desocupados, etnias, indigenismo, nacionalismos agobiados por la metrópoli (Kosovares, Kurdos, las repúblicas de la ex URSS, etc.), la mujer y la ideología de género (feminismo, el abortismo y homosexualismo). 

Se hicieron más visibles los desastres ecológicos. Recuerdo que estuve como enviado especial en Rio de Janeiro en junio de 1992 cuando se celebró la Cumbre de la Tierra. Entonces un delegado de un país asiático dijo: “Denunciar a una fábrica que envenenaba el medio ambiente era catalogada como una acción comunista. Felizmente hoy no existe más el comunismo”. 

La modernidad se construye a través de la protesta general contra esas jerarquías. Las etnicidades reclaman por sus derechos, así como las mujeres, los homosexuales, los defensores del medio ambientes (ecologistas) y otros movimientos sociales. Una amalgama variopinta. 

Las muchedumbres tienen sus teóricos, son éstos los que junta a esos movimientos sociales y los transforman en la “nueva izquierda” o en la “izquierda del Siglo XXI”, es decir los convierten como arte de magia en una clase revolucionaria, para que puedan encajar en el libreto de Marx y ello los convierte automáticamente en el NOSOTROS (izquierda) frente al ELLOS (derecha). Contradicción inventada en el laboratorio social, porque al interior de aquel NOSOTROS hay también divergencias igual que al interior de aquel ELLOS. Si aceptamos esa nueva dicotomía vuelve a campear el miedo, porque la intensión es eliminar al otro en esta guerra política de contrarios. 

El miedo surge porque la respuesta al nuevo “nosotros” es el fortalecimiento de esas jerarquías que pueden ser hombres blancos o que se creen blancos y no quieren perder sus privilegios.

La lucha de esos grupos oprimidos constituye el nuevo desafío democrático de la nueva modernidad, es un fenómeno que debiera comprender el movimiento liberal sobre todos el socialdemócrata y la izquierda inteligente. Si el reformismo se nutriese de ese nuevos “oprimidos” le estaría quitando votos y militancia a partidos o movimientos no democráticos. 

El miedo surge porque la respuesta al nuevo “nosotros” es el fortalecimiento de esas jerarquías que pueden ser hombres blancos o que se creen blancos y no quieren perder sus privilegios frente a los nuevos sujetos sociales llámense afroamericanos o indígenas, homosexuales o mujeres, medioambientalistas o animalistas.

El ambiente del miedo a perder sus privilegios es la espoleta de la lucha de contrarios, cuando lo inteligente sería ceder el anillo para no perder el dedo. 

Lo que quiero decir es que la nueva contradicción no debe ser entre la izquierda y la derecha en el viejo sentido sino entre el nacionalismo/fascismo/populismo y el liberalismo/socialdemocratismo por el otro, porque es el reformismo el que puede ayudar a resolver el nuevo o los nuevos conflictos sociales y no la “revolución”.

Libertad, igualdad y fraternidad que la ilustración había prometido como consecuencia de la revolución francesa sigue en deuda. Y entre otras cosas es por miedo al encuentro, por miedo al otro, por miedo a perder privilegios, por miedo al diálogo.

La única manera de ser NOSOTROS es que ese NOSOTROS sea igual ante la ley y para ello se necesita un poder judicial independiente de los sistemas políticos y económicos, así el miedo reculará, por lo menos se agazapará en espera de más encuentros porque el miedo es parte del ser humano. Paraliza, pero, también puede ser impulsor de hechos heroicos. 

Carlos Decker-Molina

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