Pretender remplazar el sistema de educación o trabajo presencial simplemente transfiriéndolo a sistemas conectados a Internet, sin antes adaptar dichos procesos a los paradigmas del universo digital, es igual a instalarle un panel solar en el techo a un vehículo convencional y pretender que funcione normalmente, escribe Gabriel Levy.
En los últimos días llueven fuertes críticas desde diversos escenarios contra las iniciativas de emergencia basadas en teleducación y el teletrabajo propuestas por los gobiernos como parte de las medidas para amainar los efectos de la pandemia. Aunque impactantes, la mayoría de esas críticas parten de las emociones y de evaluaciones apresuradas y deterministas de los efectos de estas tecnologías en tiempos de confinamiento.
Pero si bien las actividades remotas desarrolladas durante el encierro en el hogar pueden evidenciar notables dificultades, no debemos perder de vista que, de las fallas y el estrés causado por estas medidas, subyace una apresurada e imprevista implementación.
¿Por qué percibimos que las actividades digitales no han funcionado durante el confinamiento?
Pretender remplazar el sistema de educación o trabajo presencial simplemente transfiriéndolo a sistemas conectados a Internet, sin antes adaptar dichos procesos a los paradigmas del universo digital, es igual a, en un periodo de escasez de gasolina, instalarle un panel solar en el techo a un vehículo convencional y pretender que funcione normalmente.
Por más de tres décadas, el universo digital se ha desarrollado de forma paralela al mundo presencial. No solo ha significado la consolidación de una nueva herramienta de comunicación, sino toda una nueva lógica con implicaciones sociales, académicas, políticas y culturales, que a su vez desencadenan transformaciones de muchos de los aspectos de la vida humana como la educación o el trabajo.
Un ejemplo que permite entender las diferencias entre un entorno presencial convencional y el universo digital es el caso de Wikipedia. Si bien, en estricto sentido, es una enciclopedia compuesta por artículos especializados que compila gran parte del conocimiento humano, la forma en que este proyecto se desarrolla, financia, crece, distribuye y funciona es completamente distinto al de una enciclopedia tradicional.
Mientras una enciclopedia como la Salvat o la Británica es elaborada por un cerrado y selecto grupo de eruditos académicos que redactan los textos, Wikipedia es escrita por miles de personas alrededor del mundo, que probablemente no se conocen entre ellas, no reciben un pago en compensación, no están siendo coordinados por nadie, no tienen el mismo nivel de formación y quizás sus miradas del mundo son opuestas. Sin embargo, juntas constituyen un nuevo tipo de inteligencia, denominado inteligencia colectiva, que se autorregula y da como resultado un reservorio de artículos mil veces más grande que el de una enciclopedia tradicional, mucho más dinámica, económica, participativa, incluyente, diversa, actualizada y en constante crecimiento.
Si bien Wikipedia ha creado una nueva forma de construcción, la Enciclopedia Británica sigue existiendo, mantiene su integridad y los principios con los que se constituyó y logró consolidar su reputación, razón por la cual muchas personas prefieren este tipo de enciclopedias que, al redactarse en un entorno controlado, pueden ser menos propensas a ciertos errores conceptuales. Paralelamente, muchos detractores de este modelo aseguran que existe un mayor nivel de riesgo en el sesgo académico al ser construida por un grupo tan cerrado de personas. Independientemente de cual pueda ser mejor, se evidencia que son dos modelos completamente diferentes de redacción, consolidación, financiación y distribución: el tradicional, heredado de una cultura de la presencialidad, y uno derivado del universo digital.
Al igual que las enciclopedias, otros componentes de la vida humana han presenciado un desarrollo paralelo en el entorno virtual, que ha tomado un rumbo diferente y dado lugar a una nueva lógica. Esto ocurre con la educación, en donde una modalidad denominada teleducación ha consolidado nuevas formas de didáctica y pedagogía.
Consultamos a Fernando Zapata Duque, experto colombiano en educación y nuevas tecnologías, y lo interrogamos sobre la actual coyuntura de confinamiento y las soluciones que se han implementado desde lo educativo:
“Estamos presenciando una implementación agresiva, obligada, no informada y no formada de educación a distancia, que desconoce las dimensiones propias de la Educación Virtual o la Teleducación, desencadenando como consecuencia un rechazo masivo de este modelo por parte de toda la comunidad educativa y por consiguiente una valoración muy poco positiva del mismo.”
Según estándares de teleducación, el diseño de un contenido educativo (ya sea material didáctico o un curso virtual) demanda una preparación extensa, un diseño instruccional, la elaboración de piezas específicas y diversificadas tales como videos, animaciones, infográficos, documentos, entre muchas otras cosas que se articulan a través de una compleja plataforma de e-learning. Esta permite que el estudiante desarrolle una experiencia de aprendizaje multidimensional, la que a su vez requiere de unas competencias, actitudes, aptitudes y preparaciones específicas tanto de los docentes como de los alumnos.
Para el experto Rodrigo Sánchez Villa, quién recientemente publicó un artículo denominado El Fracaso de la Educación en Línea: Todos Hacen Nadie Aprende:
“La Educación virtual funciona bien solamente cuando se cumple con un requisito indispensable, inexcusable: que el estudiante sea de alto perfil, es decir, que tenga un interés genuino en adquirir conocimientos y capacidad de ser autodidacta. Existen algunos programas a distancia, a nivel de posgrado, que cumplen con ese alto nivel, pero requieren de alumnos que sepan leer y entender bien lo que leen y lo que escriben y que, además, puedan demostrar sus conocimientos cuando se les pregunta por ellos.”
La educación virtual ha demostrado sus beneficios especialmente en la educación superior y en particular en el nivel de posgrado, en donde el perfil de los educandos logra encajar con las dimensiones que requiere un aprendizaje virtual. En cambio, en el terreno de la básica, tanto primaria como secundaría, al igual que en preescolar, la educación virtual funciona principalmente como una herramienta complementaria o de apoyo, que eventualmente refuerza los procesos tradicionales, toda vez que en estas etapas la presencialidad es muy relevante:
“La naturaleza de los procesos formativos que se requieren en las edades tempranas, por la importancia que tiene la interacción física directa entre los niños y con sus maestros, al igual que la actividad física y la lúdica, demandan de la presencialidad en los procesos de formación de los menores.” (Fernando Zapata Duque)
El caso del teletrabajo
Igual, como ha ocurrido con la educación a distancia o remota, el trabajo también nos ha obligado a la implementación de soluciones tecnológicas para laborar a la distancia o de forma remota desde el hogar, soluciones que no necesariamente responden a esquemas de teletrabajo y networking o trabajo en red.
Algunas organizaciones que desde hace mucho tiempo se vienen preparando para las competencias que demanda el teletrabajo, han logrado sortear con mucho éxito el confinamiento, mientras otras simplemente han conectado remotamente a sus empleados, pero manteniendo la lógica de la presencialidad. Así, siguen buscando infructuosamente encajar esquemas mentales presenciales en un entorno virtual, aplicando mecanismos tan absurdos como el control del tiempo (incluso de ingresos y salidas) o la permanente vigilancia de las labores. Esto ocasiona altos niveles de estrés en todo el capital humano, pues los empleados tienen que lidiar a la vez con la adaptación y con la inflexibilidad, lo que por supuesto perjudica desempeño.
Al igual que con la educación virtual, el trabajo virtual demanda ciertas competencias, actitudes y aptitudes específicas, tanto por parte de los directivos como de los empleados de una organización. En estos ambientes, cada individuo debe alcanzar altos niveles de autonomía y responsabilidad, mientras el seguimiento a las actividades se debe realizar desde los procesos, objetivos, indicadores y resultados, y no desde las horas que la persona permanece sentada en una silla. Esta disposición facilita la adecuada articulación entre todo el capital humano, siempre que se disponga de las herramientas tecnológicas que permitan el flujo de todas las actividades.
Una experiencia exitosa que puedo referenciar y que conozco de primera mano es la de la Comisión de Regulación de Comunicaciones en Colombia (CRC), una entidad estatal, que probablemente fue la primera en enviar a sus hogares a la totalidad del capital humano, sin detener ninguno de sus procesos misionales, antes incluso que la Alcaldía de Bogotá (ciudad sede de la entidad) comenzara a tomar medidas para mitigar la expansión de la pandemia. La CRC no trató de establecer apresuradamente un modelo de teletrabajo (que es un modo laboral) sino que implementó uno de trabajo virtual temporal, convirtiéndose en un ejemplo y posible modelo a seguir en Colombia y la región. Pero el modelo de la CRC no fue una afortunada improvisación, sino el resultado de un largo proceso de muchos años que buscó la cualificación en competencias digitales de todo el capital humano de la entidad. La estrategia se asentó sobre procesos institucionales bien estructurados y totalmente digitalizados, una cultura organizacional sólida, la implementación de múltiples herramientas tecnológicas (no solo software de video conferencia) y procesos medidos por indicadores de resultados.
Diferenciar lo remoto de lo virtual
No todo lo remoto es necesariamente virtual, ni todo lo virtual es necesariamente remoto. Aprender a diferenciar estos dos conceptos es clave en una coyuntura como la que está viviendo la humanidad.
Este año, por razones ajenas a nuestra voluntad, imprevistas y que requerían inmediata atención, nos vimos obligados a recluirnos en nuestros hogares. Como estrategia para poder continuar con nuestras vidas y no sentir que estamos perdiendo el tiempo, se hizo necesario realizar de manera REMOTA muchas actividades que hacíamos presencialmente. Muy particularmente esto se nota, como lo hemos mencionado en este artículo, en la educación y el trabajo.
Mediante aplicaciones de teleconferencia nos conectamos a diario para intentar mantener una cierta normalidad, lo que constituye una estrategia legítima, posiblemente necesaria y difícilmente evitable, pero que no podemos confundir con los modelos que se han desarrollado desde los campos de estudio digitales, ya sea de la teleducación o el teletrabajo; estos sistemas se han cimentado sobre una lógica totalmente diferente a la presencialidad, responden a procesos muy particulares, requieren de la formación previa del talento humano, demandan unas actitudes, aptitudes y competencias muy particulares y sobre todo, se desarrollan de forma paralela con la presencialidad sin ser necesariamente un sustituto o remplazo de la misma.
La realidad nos ha obligado a trabajar remotamente o a estudiar a la distancia, pero ya sea que usemos anglicismos sofisticados como home office o home School no debemos perder de vista que son actividades diferentes a la teleducación y el teletrabajo. Es necesario hacer esta diferenciación, pues en caso contrario corremos el riesgo de satanizar injustamente modelos que han demostrado ser exitosos y que son la base de pilares tan importantes como la Sociedad del Conocimiento y la Información o la Cuarta Revolución Industrial.
Gabriel E. Levy B